La subalternidad no es destino
Por Cecilia Cavilla, Docente de Educación en contexto de encierro (CEPI NºI)
Largas han sido las luchas, largas lo son para los pueblos oprimidos. En particular para las poblaciones minorizadas, como lo han sido históricamente las mujeres. Es milenario el lugar en el que la historia relegó a las mujeres y milenario también el lugar en el que el dominio por el cuerpo del otro despojó de soberanía al ser en sí. Pero ese “otro” históricamente despojado de su propia autonomía tomó para sí el ser de las otras, de las mujeres. En el año 1923, acá en Argentina, las maestras firmaban un contrato en el que se las obligaba a cumplir una serie de requisitos para mantener el trabajo, por ejemplo las maestras no podían andar acompañadas de hombres (que no sean sus hermanos o padre), no podían casarse, no podían fumar, ni tomar bebidas alcohólicas, ni podían usar ropas de colores, ni teñirse el pelo y así otro montón de prohibiciones. No obstante educando niños y niñas para conformar ciudadanos responsables estaban por fuera del derecho a elegir sus representantes para ocupar cargos públicos. Recién en 1951 las mujeres argentinas lograron votar en nuestro país cuando en 1912 se había declarado el voto universal, obligatorio y secreto. Es decir que las mujeres educaban a los ciudadanos que las relegaban de sus derechos.
A lo largo del devenir político la disputa por un lugar en la sociedad para las mujeres ha tenido avances y retrocesos, los contextos políticos han sido más o menos favorables para arrancarle a los gobiernos los derechos, pues cuanto más de derecha es el gobierno menos avances para los colectivos minorizados y las clases más necesitadas. La lucha ha sido condición de ser de los gremios y sindicatos, sin embargo sigue en puja el reconocimiento a los derechos de las mujeres en su condición de tales, como ha sido el reciente reconocimiento a la licencia por violencia de género para las trabajadoras de la educación de la provincia. Las mujeres han tenido que sostener una lucha continua por la soberanía del cuerpo, en relación a los hombres, en relación al Estado, en relación al derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Al decir de Rita Segato -antropóloga que reflexiona sobre las recientes violaciones colectivas en Brasil y los femicidios en Argentina- «es manifiesta la convergencia entre reacción política y violencia sexista».
Los crímenes hacia las mujeres, trans y travestis expresan el estado de arbitrio que es el estado del presente. Para Segato, la violencia hacia el cuerpo de las mujeres “son crímenes que desafían a la autoridad legítima, y el legítimo control de la violencia por parte del Estado. Pero también son crímenes en los que el comportamiento de las agencias estatales –policiales y jurídicas– son cómplices. Son crímenes en los que el poder se confirma y se espectaculariza, en tiempos en que la espectacularización y el exhibicionismo son las formas en que el poder se impone como tal.” Todo espacio que se reconozca en la lucha por condiciones dignas de trabajo, por el reconocimiento de los derechos sociales y la defensa de los derechos humanos tiene la obligación política, por tanto ética, de pronunciarse con relación al estado de situación actual en nuestro país. Las aberraciones a los cuerpos de las mujeres provocan en el pueblo un sinfín de laceraciones que quedan latentes y expectantes, basta que se pronuncien los recortes a los derechos de las clases subalternas para que el detonante del brote sea la soberanía del cuerpo de las mujeres. Empoderarse implica que se rompa con la estigmatización de la docilidad femenina para que el miedo sea trasladado al victimario. La reacción ha de ser inmediata, ni una muerta más porque vivas nos queremos, el pueblo en la calle y las mujeres organizadas, no fragmentadas ni divididas. Juntas, unidas y organizadas